sábado, 28 de febrero de 2009

Guardiola


Se ha colado un elegante en los banquillos. Tiene uno ochenta de tío bien cumplido y una barba de descuido de tres o cuatro días, que va muy a juego con la alopecia en curso, también descuidadamente cuidada.

Se supone que pasa mucho rato ante el espejo, para salir luego como si al espejo no se hubiera mirado nunca. Se llama Pep Guardiola. De más joven, le quitaba el sitio a Bosé en los cromos de las carpetas de las adolescentes en flor, y ahora es un moreno de mucho filón en los foros de Internet, donde igual las casadas le piden un hijo que los canallas anónimos le adornan de dudosito. Ya sabemos que a los guapos se les llama de todo, mayormente desde Internet, que es un orfeón de golfos injuriantes que no dan la cara.

Lo que pasa con Guardiola es que es un hombre de carácter, pero no suda, como Camacho, y da unas ruedas de prensa, tras los partidos, que son un cruce de catálogos de jerseys de aire british y ponencia de cordura con toda la sintaxis en su sitio. Quiero decir que Guardiola se aúpa sobre la furia española, aunque vive de pie su trabajo, y que usa la moda, y no al contrario, que es lo que les pasa a tantos guapitos de su gremio, que se echan encima todo el escaparate de Dolce&Gabanna del momento, y van hechos unos horteras, pendientitos incluidos. En el colmo, asoma que no ha tenido entre sus vicios el leer sólo los pies de foto. Para futbolista, le sobraba vocabulario. Para modelo, le sobraba pasarela. Para entrenador, le falta un chándal.

Escribo esto porque no me parece mal modo de encerrar una personalidad que no hay quien encierre, porque excede el tópico de su oficio, y porque también excede sus caprichos o devaneos de tío al que le molan los trapos, como cuando desfiló para Antonio Miró, allá por los noventa.
La calle, puesta a censurar, pretexta que un traje de Armani o de Miró no es lo propio para un banquillo de deportista, pero Guardiola ya iba de traje impecable cuando era titular del Barça, sólo que el traje no se le veía. En España, han jugado de traje él, Zidane, Laudrup, y pocos más. De modo que Guardiola se ha puesto el traje negro que ya llevaba, y a ese uniforme le agrega a menudo capuchas de trenca, corbatitas de John Lennon, y algunas prendas de Dsquared2, que es otra de sus marcas favoritas. Va al Nou Camp como si fuera al Liceo, y por eso no acaba de gustar a los que consienten la estética de Luis Aragonés, que puede ser cualquier cosa menos estética.

Se escapa de la galería de metrosexuales de su ramo por contención, o sea, por el traje riguroso, y supera al bien vestido de toda la vida porque se adorna con las artesanías italianas de cinturón o pashmina que usan Beckham o Brad Pitt, y que en éstos sólo quedan como un exceso más de fashion victims. Parece que le soba algo a su indumentaria, pero todo va bien medido. De ahí que no resulte Guardiola usual o previsible. De ahí que resulte un exótico. Como que frecuenta a Vila Matas o a Davíd Trueba, y parece estar sentado en el banquillo sobre un libro de poemas. Se nota que la lectura consta en su singular fondo de armario.


Angel Antonio Herrera,
Magazine de El Mundo, "Mis elegantes favoritos", nº 488, pág 15,
Domingo 1 de febrero de 2009

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